lunes, 26 de noviembre de 2007

Infiernos literarios

La literatura universal está colmada de exuberancias, exageraciones, hipérboles de la vida. Uno de los costados más interesantes de esta colección es aquel que da cuenta de los castigos (divinos o humanos) como forma primordial de reparación del equilibrio de la Justicia.

Dando rienda suelta a mi faceta sádica, tal vez por temor o quizá como medio de exorcizar los acontecimientos, inauguraré formalmente una nueva sección que estará consagrada a recopilar los tormentos, castigos y penas que nos obsequian los libros.

La utilidad de esta empresa es incierta; puede que haya quienes encuentren en ella un gran depósito de ideas para sus maldiciones o quienes aprecien la siempre presente cuota de ironía disfrazada bajo el manto del talión.

Una cosa es segura: no es una reivindicación fatalista de la justicia ni, menos aún, una exhortación a creer en el equilibrio cósmico. De darse ambas cosas serían producto de la mera casualidad... suponiendo, claro, que una cosa tal como la casualidad exista.

Sin más, entonces, he aquí la primera entrega:

"Anastasio, soy de tu misma tierra y eras muy niño aun cuando yo, a quien llamaron Mícer Guido de los Anastegui, estaba más locamente enamorado de esta mujer de lo que tú puedas estarlo de la de los Traversari; su orgullo y crueldad llevaron tan lejos mi desventura, que un día me dí muerte con este estoque que ves en mi mano, y ahora estoy desesperado, condenado a las penas eternas. Poco tiempo después de mi muerte, de lo que esta mujer se alegró no poco, expiró también; y por su pecaminosa crueldad y la alegría con que correspondió a mis tormentos, fue igualmente condenada al infierno. Cuando llegó a los avernos, a ambos se nos impuso esta pena: a ella huir ante mí; y a mí, que tanto la amé en vida, perseguirla no como amante, sino como mortal enemigo; y cuantas veces la alcanzo, otras tantas veces la mato con este estoque con que me dí muerte, le arranco el corazón, ese corazón duro y orgulloso que nunca amó ni sintió piedad y lo echo a los perros, como tú mismo verás. Poco tiempo después, según quiera la Divina Justicia, esta mujer resucita, prosigue su dolorosa fuga, persiguiéndola de nuevo los perros y yo; cada viernes a esta hora, la alcanzo aquí y, como verás, la destrozo. No creas que los demás días descansamos, pues la acoso en otros lugares donde ella pensó y obró cruelmente contra mí. Y habiéndome convertido de amante suyo en verdugo, he de perseguirla de esta manera durante tantos años como meses duró su crueldad. Déjame, pues, ejecutar los designios de la Divina Justicia; no quieras oponerte a los que no podrías evitar." (G. Boccaccio, Decamerón, Jornada quinta, cuento octavo).

Nota: Si tuviera que ilustrar esta sección definitivamente pondría una imagen de "El jardín de las delicias" de El Bosco.
Nota 2: Toda colaboración será bienvenida.

miércoles, 24 de octubre de 2007

Preguntas ¿para? psicológicas

Conversando en un reunión, la corriente de la charla nos arrastró hacia los tests psicológicos y, en especial, hacia aquellas preguntas del tipo: "¿Si fueras una fruta, qué fruta serías?".

Tal como es de esperarse, las risas no tardaron en transformarse en carcajadas batientes y las preguntas en deformarse,
retorcerse y metamorfosearse hasta límites insospechados.

Pudiendo atribuir los excesos sólo al espíritu festivo de un estómago satisfecho, agotados los músculos de tanto contraerse, se cerró el capítulo y las palabras se mudaron a otros parajes.

Sin embargo, la simplicidad de una pregunta quedó dando vueltas en mi cabeza por cerca de una semana. Tal vez haya sido la sombra de mis
ancestros, mi tótem, mi ánima guía, mi parte atávica, la visión de una vida anterior, una conexión cósmica fugaz, pero tuve de pronto la certeza de que era un ave. Es decir, si fuera un animal sería una ave.

Muchos dirán que más que pájaro,
pajarón o, de manera menos sutil, cambiarán una letra y removerán un acento, pero no presto oídos a tales insidiosas observaciones.

Un ave.... aún no he logrado dilucidar qué clase o especie... Aguardo mi epifanía.

lunes, 30 de julio de 2007

Heroísmo elemental

"Hay un sabor que nuestro tiempo (hastiado, acaso, por las torpes imitaciones de los profesionales del patriotismo) no puede percibir sin algún recelo: el elemental sabor de lo heroico (...)" Jorge Luis Borges, El pudor de la historia, Otras Inquisiciones.

Palabras fuertes, grandes, pesadas, tan llamativas por su vacuidad. ¿A qué se asemeja el elemental sabor de lo heroico?
La inherente inefabilidad del heroísmo hace casi imposible hilar una respuesta coherente. En un época donde los héroes nos avasallan con poderes sobrehumanos, trajes de diseñador y adminículos de alta tecnología en un entorno medularmente prosaico, el heroísmo parece ser tan soso como el puré de papas sin sal (si alguien no pasó por esta experiencia, por favor, evítela, es como contemplar a la encarnación de la decrepitud).
La esencia del heroísmo es, a mi entender, fundamentalmente humana, trivial y, paradójicamente, extraordinaria. El heroísmo es la entrega a un ideal; la sumisión completa de la elección y las acciones al servicio de una idea.
En el héroe conviven en bélica armonía la negación del ser y la afirmación de éste a través de la realización de una idea de un modo simple y asombroso hasta la perplejidad: La elección consciente de la ofrenda de la vida a algo que se considera tanto o más importante que ésta. De allí su sabor elemental, primitivo, sensualmente antiguo, racionalmente desafiante, siempre reconocible, latente nunca olvidado...
Más que recelo es desesperanza. Nuestros días no quieren creer en los héroes y menos aún en la capacidad de cualquiera para serlo. Los héroes son super humanos, inalcanzables, imposibles, inextricables.
En la ceguera de nuestro tiempo el heroísmo no es una virtud es un don; no se obtiene, se recibe; no es activo, es pasivo (*); no se busca con esfuerzo, se recibe por gracia...
Creo en los héroes porque me he topado con su sabor, que es de sangre y de risa, de vida. Acepto sin recelos el heroísmo porque creo en las ideas y, todavía, en el hombre.

(*) Evitemos el chiste fácil al menos para este post.

jueves, 26 de julio de 2007

Visiones del ser argentino II

"El argentino siente que el universo no es otra cosa que una manifestación del azar, que el fortuito concurso de los átomos de Demócrito; la filosofía no le interesa. La ética tampoco: lo social se reduce, para él, a un conflicto de individuos o de clases o de naciones, en el que todo es lícito, salvo ser escarnecido o vencido" (Jorge Luis Borges, Nota sobre (hacia) Bernard Shaw, Otras Inquisiciones).

Nota: Esta cita, junto con otra que prometo publicar comentada -en rigor, re-flexionada- me tomó por sorpresa mientras oía las diatribas de un discurso de campaña.

martes, 26 de junio de 2007

Dilemas físicos

En uno de mis habituales paseos de lectura me topé con este post de Bestiaria. Luego de leerlo quedó rondando en mi cabeza una frase a primera vista anodina, pero que resultó no ser tal: "Licuan las clases sociales".

En rigor y en honor a la sinceridad debería formularla tal cual se apareció en mi mente luego de leer la explicación que en el artículo en cuestión sigue a tal título. De acuerdo con los caminos claramente trazados por mi personalidad las palabras vieron la luz en la forma de una pregunta: ¿Las clases sociales se licuan?

Sin querer, ni anhelar, entrar en los vericuetos sociológicos de las posibles respuestas, y huyendo a conciencia de una confrontación marxista, me di al juego de tratar de resolver lo que decidí considerar un enigma físico: Suponiendo que, tal como lo plantea Bestiaria, las clases sociales se licuaran para favorecer la amorosa existencia del feliz matrimonio, ¿cuál de las clases ejerce su poder de atracción?, ¿cuál termina predominando y absorbiendo a la otra?

Dado que no estoy en posición de afirmar que existan -o no- estudios serios al respecto, y que la pereza o la dejadez intelectual tampoco me han impelido a buscarlos, doy por sentado que toda especulación quedará en el campo de las hipótesis.

De plano descarto, por causas varias, la posibilidad de la no absorción, a la que como mucho me permitiría considerarla como una excepción que confirma la regla. No creo posible vivir armónicamente la vida matrimonial oscilando pendularmente entre los extremos, a menos que la esquizofrenia opere milagros.

Bestiaria parece haber encontrado la solución al afirmar que uno de los secretos del éxito reside en la negación de las familias de uno de los integrantes (o por caso las dos), pero al olvidar mencionar la negación del círculo de amistades, sin olvidar el profesional, le idea de la no absorción pierde fuerza.

En consecuencia, el dilema de la clase atractora es aún más intrigante.

Naturalmente me inclinaría a pensar que la solución sería siempre el englobamiento del inferior por el superior. Aunque suene snob nadie puede negar que existe una conciencia social o imaginario colectivo que representa al conjunto de las clases como una escala descendente que va de las consideradas "altas" a las "bajas". Sin embargo, la historia me da muestras de que pueden contarse demasiadas excepciones para sostener este planteo como regla.

La opción contraria, por otro lado, tampoco halla una respuesta única.

Al fin y al cabo, para mi asombro, sólo puedo arribar a la inexorablemente cursi, engolosinada, empalagosa y, tal vez, obvia respuesta de que el amor decide los caminos a seguir para cada caso particular.

A pesar de ello, mi inherente espíritu de rebeldía me obliga a exhortar al debate sobre tan trascendente cuestión. Quizá la visión de los otros no sea tan tuerta como la mía.

martes, 5 de junio de 2007

Visiones del ser argentino

Esta nueva sección es un desprendimiento natural de las "citas re-flexionadas" con la única diferencia de que, para consuelo de todos, no añade nada a las palabras que el autor pone en boca de sus personajes.
Cada quien sabrá qué pensar a través de esta lectura.
Del fragmento que sigue, destaco su actualidad a pesar de la fecha en la que fue dado a luz.

Pericard chupó reciamente su pipa, la compuso sacudiéndola contra la palma de la mano izquierda y continuó, en un tono protector, que velaba su imapaciencia:
-Cada país, que no sea una tribu del centro de África, tiene una constitución. Pero, dentro de esa constitución, que es un lineamiento elástico, una regla estructural de procedimientos, se puede ser conservador, reformador, radical, reaccionario, clerical, anticlerical, proteccionista, librecambista, imperialista, antimilitarista, defensor vehemente de capital, vehemente partidario de los sindicatos gremiales. Deseo saber cuál de estos matices corresponde al doctor Pardeche y de qué modo preciso lo funda en escritos, proyectos o discursos.
El Padre Gasparoni tosió irónicamente, encogió la sotana con su diestra velluda y empezó:
-Tiene razón , señor Pericard. Mas, tiene razón en Francia. Aquí, en la Argentina, en América, no necesitamos ideas, porque el pueblo no se guía por convicciones ideológicas. La producción del país es simple y se reduce a la riqueza espontánea que nos dan los campos de Dios. Exportamos trigo, maíz, lino, carne, lana. Nuestra existencia colectiva no se complica con la oposición de intereses hostiles y exclusivos, con el proceso de industrias variadas, con cuestiones morales que perciben las familias, de cohesión antigua, de conciencia celosa y sutil. Lo que en aquellos países hace el gobierno de los hombres experimentados y diestros, lo realiza entre nosotros la Providencia Divina.
Pericard, perplejo, acució:
-¿Dijo usted, abate?...
-La Divina Providencia. Mientras llueva a tiempo, el trigo, el maíz y el lino crezcan con lozanía, y mientras los toros y las vacas no se conviertan a la toería maltusiana, la Nación florecerá en el progreso que trae la abundancia del dinero y la facilidad de adquirirlo. Esa facilidad alucina a los inmigrantes que afluyen a nuestro territorio en procura del bienestar o impulsados por la ilusión de la fortuna. En semejantes circunstancias es deseable un gobierno tranquilo, modesto, presentable, que no sueñe, que no obstruya, con lo que usted llama las ideas, la marcha natural del país. Las ideas engendran la divergencia, las reyertas, los cismas, el descontento, el reprensible orgullo. Me doy cuenta, no obstante lo que le digo, de que es indispensable dar la impresión del gobierno. Conocí, cuando era maestro de Lógica en el Seminario Conciliar, a un sacerdote tartarmudo, que confundía sistemáticamente las oraciones. En vez de rezar el responso, ante el muerto, murmuraba el Magníficat. Al celebrar la misa, en la parroquial de Villa Devoto, que regenteaba con unánime consideración de los feligreses, movía rápidamente sus labios trabajosos, sin decir nada, sin escandir las sílabas de las bellas palabras latinas. Los creyentes no lo advertían. Admiraban al Padre Cebrian la actitud estilizada, la estética multisecular, la conturbación mística del oficiante convencional, ungido por los cánones, revestido de alba y amito. Entre nosotros, monsieur, gobernar es dar la impresión de la actitud exterior del gobernante. En Europa, el Gobierno tiene que satisfacer clases sociales, masas homogéneas, muchedumbres exigentes e ilustradas en lo que exigen. Entre nosotros hay que satisfacer instituciones e individuos.
El Padre Gasparoni añadió:
-Sí; en América el gobernante satisface instituciones; por ejemplo: ha de contentar al Ejército, a la Marina, al Clero, a la Magistratura; a los individuos, verbigracia, a ciertos hombres de apellidos tradicionales, a los que pueden, por su inteligencia o su posición, molestarlo con críticas perjudiciales. El arte radica en prometer algo a todos, en elegir a los individuos destinados al beneficio oficial. Manejar la promesa, administrar la esperanza, mantener divididos los núcleos de opinión para ser su único punto e coincidencia, es la sabiduría del gran político, la técnica del caudillo, la maestría del conductor americano de hombres. El hombre de Estado especula sobre las cualidades de los demás, es un promedio de sus pensamientos, de su sentir desinterasado. Es aplicador y previsor. El caudillo especula sobre los defectos de los otros, sobre sus deseos mezquinos, sobre sus pequeñeces. Es muy difícil ser buen caudillo. Es el oficio del rastreador, la profesión del baqueano.
-El rastreador, a juzgar por lo que me explicaron -rectificó Pericard-, husmea el aire, ventea el suelo y dice lo que ha descubierto: por aquí pasó un convoy de carros, de tropas, de mulas.
El cura de San Nicolás nos interpretó:
-El caudillo hábil es un rastreador que no comunica sus observaciones a los que le acompañan. Por eso no decepciona a ninguno. Opinar, que es una vocación de estadista, es alejar simpatías. Juzgar ideas y hombres es estar en desacuerdo con hombres y con ideas. Es una enfermedad de la civilización. Es la enfermedad de pensar.
-Es tener carácter.
-El carácter es también una enfermedad.

(Alberto Gerchunoff, El hombre importante, Capítulo V, Ediciones de la Sociedad Amigos del Libro Rioplatense, Vol. 11, Buenos Aires / Montevideo, 1934)

martes, 22 de mayo de 2007

El temor al estancamiento

Hay momentos en los que un hecho insignificante impulsa a la mente a una desbocada carrera, a un acto desaforado de construcción que apila uno sobre otro borbotones de pensamientos.
Los finales de estos "éxtasis" de asociación libre han resultado ocasionalmente interesantes y en honor a ello les dedico una sección que espero que crezca al ritmo vertiginoso al que se reproducen las ideas.
Extrañamente, a pesar de ser desbocados, estos pensamientos no son nunca deslenguados. Ignoro si son o no altamente nocivos para terceros, o si podrán ser usados en mi contra. Me es indiferente de todos modos; el sabor de la experiencia supera largamente la posible amargura de las consecuencias.

No sé si el río que veo escurrirse hacia el mar es siempre el mismo o si sus aguas son la ilusión de un objeto de presente inasible compuesto de puro pasado y total futuro.
Siento invencible el temor al estancamiento en la forma vacía de la nada entre el lento movimiento de la espuma que baila la dispersión perezosa de las ondas de la superficie.
Tiemblo ante la idea de convertirme en esclavo del presente y en adorador del futuro, sojuzgado por el anhelo y subyugado por el deseo del mañana.
Camino sin rumbo rumiando la pregunta:¿Habrán las elecciones del pasado atado los nudos de la red que será mi prisión? ¿Habré ya forjado los eslabones de las cadenas que me retendrán?

lunes, 14 de mayo de 2007

Las salas de espera

En una época en la que el tiempo es febrilmente atesorado (¡¡¡cómo si realmente esto fuera posible!!!) nos enfrentamos continuamente al desafío de la espera.
En ordenada cola, en caótica manifestación o en azarosa disposición el tiempo que se pasa aguardando el acaecimiento de un hecho puede generar una infinita multiplicidad de reacciones.
Úrsula K . Le Guin pensó en la posibilidad de viajar a universos paralelos en su libro Changing Planes siguiendo un método riguroso creado por un viajero atrapado en un aeropuerto. Mi innata limitación me impide ser capaz de crear algo tan pintoresco, sin embargo, ello no me impide darme cuenta de que los tiempos de espera y los lugares donde tan repugnante ¿actividad? se lleva a cabo son la conjunción perfecta que rompe las leyes de física y nos zambulle en un insondable universo: la sala de espera.
Este pozo de desesperación (quien espera desespera dice el dicho) está plagado, poblado, sobrepasado, regulado, sometido por un conjunto muy especial de sádicas invenciones pergeñadas por mentes perversas que unidas en silenciosa conspiración se regodean en el tormento ajeno.
Aunque hago el esfuerzo, me cuesta entender que alguien pueda establecer una barrera o separación tan fuerte entre el sentimiento de compasión y la tarea genocida de disfrazar objetos de tortura hábilmente en el ropaje de "elementos de utilidad diaria para cualquier sala de espera que se precie de tal".
Torquemada no trataba de ocultar la dolorosa utilidad de sus máquinas de tormento, sin embargo, el aberrante placer con el que los nuevos inquisidores se entregan a su trabajo los empuja hasta los límites de la repulsión haciendo que toda su inmunda parafernalia luzca inocente, inocua, inerte y, esto sí es imperdonable, ¡útil!.
Indiferentes columnas de metal que extienden sus brazos de cintas como los tentáculos malditos del más oscuro de los habitantes del averno se enlazan impiadosas las unas a las otras para crear laberintos siempre cambiantes que nos hacen ir de izquierda a derecha una y otra vez haciéndonos sentir como ratas de laboratorio, dajándonos la sensación de que nunca llegaremos a la meta.
Televisores ortopédicos, sujetos a una inefable jaula de hierro repitiendo hasta el desmayo la transmisión del canal más indeseable del espectro o de los renglones insolentes de una pantalla de informaciones se suman al estrépito rojo de un desagradable cuadradito que chilla y muestra números gritando mudas órdenes de marcha.
Pero tema, y castigo penal, aparte merecen los asientos, plásticos insolentes que sólo pueden albergar cómodamente al rey de los tullidos y que indefectiblemente enfrentan una ominosa pared llena de estridentes carteles cuya temática está en función directa del lugar al cual la sala de espera pertenece.
En este punto debo destacar, que el título de las peores cartelerías se lo disputan las paredes de los hospitales en cuyas verticales uno puede aprender "las-cinco-cosas-básicas" sobre cualquier enfermedad, dolencia, obra de caridad, horario de atención, medida de prevención y demás hierbas, y los muros de las mesas de entradas de cualquier oficina pública municipal.
Las salas de espera merecen una Convención Internacional propia que declare delito de lesa humanidad su construcción, decoración y uso.
Ciudadanos del mundo hago un llamado al animal reprimido que late en nuestros pechos cada vez que observamos cómo nuestros pies se dirigen mansos al salón de los suplicios. ¡Liberación! ¡No a las salas de espera!....
"Señor, señor,... es su turno"... Y así se desvanece, pero en realidad el mal sólo se agazapa esperando devorarnos la próxima vez cuando esperemos incautos con el numerito en la mano.

sábado, 5 de mayo de 2007

¿La superioridad del personaje?

"(...) ¿Puede un autor crear personajes superiores a él? Yo respondería que no y esa negación abarcaría lo intelectual y lo moral. Pienso que de nosotros no saldrán criaturas más lúcidas o más nobles que nuestros mejores momentos. (...)" (Jorge Luis Borges, Nota sobre (hacia) Bernard Shaw, Otras Disquisiciones.)


Sea o no la publicación un acto de exhibicionismo (discusión para la cual sugiero visitar el blog Mundo Trivial) asumo que en la vida de la blogósfera y, por ende, del mundo de las publicaciones, el personaje es el sujeto por excelencia.
La construcción ¿del ser? que se esconde detrás del nombre que no denota estrictamente a su autor, por caso "La lengua de Midas", entraña, en su relativo anonimato, el mismo placer inconsciente que trasunta el disfraz: Ser uno mismo y ser otro simultáneamente. Otro que sea la potencia de un rasgo oscuro o la exageración ad absurdum de los que creemos los mejores. (1)
El universo virtual, y en especial la constelación blog, es un ambiente altamente propicio para que pululen las máscaras. Por ello, la pregunta de la cita es particularmente inquietante.
Considero que la expresada imposibilidad de superioridad intelectual de personaje es un argumento atendible ya que pretender lo contrario sería, en última instancia, solicitarle al autor que se transformara en un otro totalmente diferente. Y aun sí, un personaje creado a partir de un otro totalmente diferente al autor, es imposible de separar, intelectualmente hablando, de la lucidez del otro que sirve de base; podrá ser superior al autor pero nunca más lúcido que su materia prima.
La cuestión moral, en cambio, la reputo, tal como la expresa Borges, equivocada y hasta deleznable.
Asumir que un autor no puede crear algo moralmente superior a si mismo, más allá de escabroso, es igual a creer que el hombre no es perfectible.
Por otro lado, resulta al menos paradójico que en esta misma lógica, el hombre pueda crear personajes con una moral infinitamente inferior sin que pueda realizar el acto exactamente contrario.
Afirmar que pueden pensarse personajes que no tienen una limitación para el mal pero sí una barrera para el bien significa que el hombre tiene una propensión al mal y un tope para el bien, o bien que el bien no es la perfecta contracara del mal. Bien y mal son conceptos antagónicos, especulares, y la infinitud de uno implica la del otro. Sostener otra cosa me parece francamente descabellado.
Además, la literatura se ha encargado de demostrar que es posible que sucedan esta clase de cosas: De la misma pluma pueden salir Bola de Sebo y sus compañeros de viaje, Holmes y Moriarty, Beatrice y los moradores de todos los círculos del infierno.
Es posible crear personajes moralmente superiores por la simple razón de que es posible concebir la superioridad moral y anhelar alcanzarla. O lo que es lo mismo, tender a la perfección.
Si se decide o no hacerlo y si la opción, traducida en personaje, es moralmente superior al autor, es otro tema.

(1) Aclaración: Si bien puede haber una lejanísima reminiscencia, al primero que se le ocurra decir que este párrafo guarda alguna similitud con cierto diálogo de Drew Barrymore en "Por siempre Cenicienta", le rompo la crisma.

lunes, 23 de abril de 2007

Preguntas retóricas

El hecho simple y llano de la no compañía, singular fenómeno que suelo experimentar durante la comida -no diré cuál de ellas- y que implica la inexistencia de la obligación de dialogar, me sume en una conversación perentoria conmigo mismo.

Tal como lo dije en un post anterior, la charla es un ejercicio sumamente difícil entre dos personas que se conocen demasiado (suena en mis oídos el remanido "somos pocos y nos conocemos mucho") por lo que el intercambio con uno mismo -curiosa expresión ésta que, créanme, no obedece a ningún rasgo o brote esquizofrénico- es casi imposible.

Sin embargo, he hallado la forma de enlazar las frases de modo que la sucesión de las mismas se desarrolle de manera casi automática y milagrosamente natural.

No voy a desconocer que el método puede tener, en los hechos, desagradables efectos secundarios y, posiblemente, consecuencias sociales aun mucho menos amenas.

La práctica introspectiva como forma de concentración y agudización de la percepción de los detalles del mundo exterior, invariablemente, me brinda una cara de idiota abstraído, -fascinante, tal vez, para un Dostoievsky- que despierta la compasión de la gente o acentúa su indiferencia, pero que en absolutamente todos los casos -la experiencia así lo ha probado- es el imán más irresistiblemente atractivo sobre la faz de la tierra para cualquier ser que se debata en el límite de la cordura, la sobriedad o la perversión.

Es cierto que para quienes apreciamos el lado excéntrico de la vida, este material es oro puro para la construcción de un frondoso anecdotario (o un blog consagrado a la trivialidad de lo banal). A pesar de ello, muchas veces, con independencia de los efectos corporales externos y sobre terceros, las preguntas que surgen de tan centrípeto y centrífugo estado suelen abrir las compuertas de una corriente incontenible.

¿Cuál es el tema de conversación más común?
¿Por qué la gente que come sola prefiere las mesas contra las paredes, columnas, rincones, ventanas?
¿Por qué las mujeres se someten a las manos de peluqueros asesinos y sádicos?
¿A quién se le ocurrió pensar que el taco chupete es lindo?
¿Qué siente un enano cuando no llega al mingitorio?
¿Por qué el puré mixto es siempre de papas y calabaza y nunca de batatas?
¿Podrá establecerse una clasificación de las personas en base a su manera de comer helado? Etc, etc, etc.

Las respuestas y las conclusiones corren el riesgo de no llegar nunca aunque, en general, es sabido que la intención no es encontrarlas.

Sólo diré que la práctica habitual de estos ejercicios, además de acelerar los procesos de abstracción, no garantiza la alegría o la tristeza a pesar de que al retornar a la realidad uno pueda encontrarse riendo o llorando.


viernes, 20 de abril de 2007

Observaciones triviales: La deformación de los cuentos

En un rapto de inspiración generado por la carga eléctrica del aire tormentoso, se me ocurrió crear una sección menos rígida y formal que las anteriores. Como soy consciente de que mi estilo es denso, cuando no insoportable, creí necesario dejar abierto un espacio para la distensión donde pueda volcar aquellas apreciaciones sobre temas triviales variados que, al contrario de lo que podría llegar popularmente a creerse, no sólo surgen del exceso de alcohol u otras sustancias en el cuerpo humano.
En "Observaciones triviales" hoy me referiré a la cuestión de los cuentos. Para evitar posteriores demandas por
copyright hago un expreso reconocimiento de la fuente en la cual he abrevado: un chiste enviado por mail cuyo autor se identificará de inmediato al leer lo que sigue a continuación.
¡Qué tema el de los cuentos! Cuando te los leen no siempre son amenos y se puede caer en el error de elegir el incorrecto o deformarlo de tal manera que pierda la gracia. Cuando te los hacen mejor ni referirse a las consecuencias.
En realidad, la patraña más vil de los cuentos no reside en los personajes, sus fantásticas características, sus extrañas historias de sufrimiento, búsqueda y encuentro, ni siquiera en la simplificación aberrante que hacen de la vida y sus dificultades, sino en el horroroso final "y fueron felices y comieron perdices".
Porque después de que uno pasó por todos los estados de ánimo siguiendo las aventuras de los personajes, temiendo que Cenicienta tuviera los pies hinchados y el zapato no le entrara una mierda y perdiera al príncipe porque su hermanastra justo se había operado los juanetes y encima le había afanado de su habitación el otro zapato; pensando en cuán arriesgada fue Blancanieves al entrar y convivir con siete enanos oligofrénicos, que lo único que hacían era explotar una mina pero no comercializar sus productos y que eran lo suficientemente morbosos como para permitirse tener a una muerta en una cajita de cristal a la espera de cuanto necrófilo suelto hubiera dispuesto a besarla; creyendo con Pinocho que escapar del vientre de la ballena era una hazaña posible y recompensada en carne; llorando junto a la bella durmiente que nunca se llenaba de polvo ni cambiaba de posición y jamás tenías escaras a pesar de ello; etc, los muy turros de los autores te dejan sediento de información sobre los hechos posteriores al feliz acontecimiento de cada historia y solucionan todo muy alegremente con comida (CHAN!!! después se preguntan por la angustia oral) y aves que para lo único que sirven es para un escabeche.
Ahora bien, asumiendo que todos hemos compartido un patrón educativo-cultural común y que por lo tanto hemos estado sometidos a todos esos estereotipos que más que a la felicidad conducen al diván del analista, ¿cuál de todos ellos seríamos y por qué?

Nota: Me corté las venas y me he dado cuenta de que los cuentos no tienen el menor respeto por la biología: ¡¡¡Mi sangre no es azul!!!
Nota 2: La perdiz no hace a la felicidad. Además son caras, están en extinción y se necesitan muchas para hacer una comida mínimamente abundante.
Nota 3: Yo le ponía todas las fichas a "Piel de Asno". Deliraba con su historia relatada en un disco que no sé dónde quedó.

Aclaración: Otro día otro comentario sobre otros personajes no tratados en este post: las brujas, hechiceras, madrastras, hermanastras y toda la serie de perversas y maledicentes mujeres que pueblan la literatura infantil, quienes muy al contrario de sus pares no se alejan mucho de la realidad. ¿¿¿Por qué será que las buenas difieren y las malas no????


sábado, 14 de abril de 2007

Universos insondables: El baño de mujeres

Seamos o no fervientes creyentes en la existencia de un número finito o infinito de universos paralelos o simultáneos, quienes por freudianas causas aún vemos con reparos la despreocupación con la que algunos habitantes de otras latitudes comparten impunemente sus baños, no podemos sino rendirnos ante la apabullante evidencia del misterio.
El arcano nos rodea y aun cuando no nos confronte con dudas existenciales, nos -me- tortura despertando la corrosión de la curiosidad.
El atractivo del secreto, supongo, reside en la incontable cantidad de posibilidades y combinaciones que nuestra ignorante imaginación crea. En cierto modo, este juego inacabable de potenciales es una evasión de la realidad en tanto puede ser lo que nuestra voluntad arbitraria determine que sea con independencia de la inclemencia de los hechos.
Esta sección: "universos insondables", la ofrezco en honor a las preguntas, nunca bobas al principio siempre estúpidas después, que se generan en los tiempos muertos, las esperas y el aburrimiento de cualquiera en cualquier lugar.
Me encontraba un domingo paseando en buena compañía, feliz hasta la idiotez por haber gozado del placer de un almuerzo en el que el único sentido excluido había sido el del tiempo, cuando debí responder a la necesidad de atender las consecuencias de una ingesta opípara.
Con paso presuroso dirigí mi camino al baño mientras murmuraba las disculpas de rigor. Ella sonrió y casi cantando las sílabas dijo: "Yo también aprovecho".
Sin entrar a considerar la inexplicable actitud femenina de acudir al baño como al banco a hacer un depósito y las desquiciadas preguntas que se me ocurren en relación a la real capacidad de la vejiga y la marcada propensión del género a ir "por las dudas" como quien aparta algo para utilizarlo posteriormente, confieso que este momento que ahora describo como el inicio de una cadena de dislates, no tuvo, de acuerdo con la reconstrucción de mi recuerdo, especial trascendencia.
Sin embargo, como el "ábrete sésamo" de la cueva de los cuarenta ladrones, estas palabras -"yo también aprovecho"- abrieron la puerta de entrada a un reino desconocido para aquellos que hemos perdido hace largo tiempo el pase de la inocencia que la infancia más tierna, tal vez, nos garantizara y que la memoria (o el Alzheimer) se ha encargado de sumergir en el olvido.
Todos los lugares guardan historias, los baños, quizá especialmente, puesto que en ellos cobra sentido la categoría de "humano".
Ahora bien, eso parece desvirtuarse en el arca del baño de mujeres. El tiempo, el espacio y hasta el sentido común cobran un nuevo significado. Lo que normalmente tiene tiempos y códigos propios afuera, adentro sufre una mutación surrealista.
Filas de pacientes usuarias, instantes estirados, muertos u olvidados, complicidades efímeras, tristezas, alegrías, guerras y amores, decisiones y explosiones.... ¡¿Qué sucede, por Dios, cuándo la puerta se cierra a espaldas de quien atraviesa el portal?! ¿Acaso la anodina figurita que habita la puerta es el signo secreto de una fórmula mágica?
No puedo deshacerme de la sensación de que me pierdo algo mientras mi afiebrada mente delira, fabula, confabula, arma cruzadas y lanza llamados a la unión de los hombres del mundo: ¡Hombres del mundo, algo se oculta y acecha detrás! ¡Irrumpamos, sorprendamos, indaguemos! ¡También tenemos derecho!
Entonces, ella sale renovada de perfume y todo se disuelve, ese universo se desdibuja mientras la hoja de la puerta se bate sobre el marco y noto en el rostro sin facciones del bosquejo rígido de la mujercita una sonrisa ruin, maliciosa y tentadoramente ambigua que sella el ingreso.

miércoles, 11 de abril de 2007

Citas re-flexionadas: Vicisitudes dialógicas

La importancia de las conclusiones de ciertas reflexiones que tienen el ropaje místico de la revelación, guarda muy poca relación con el lugar donde suelen producirse. La "iluminación" tiene la manía de desconocer las reglas básicas del boato, la pompa y la magnilocuencia.

Al Buddha bajo una higuera por causa del azar, a Newton por causa del golpe de una manzana y a otros por causa de hechos infinitamente menos glamorosos, la mente se les ha abierto para permitirles otear el remolino violento donde yace oculta la inescrutable verdad.

Sumido en el estado de profunda meditación que sólo el porcelanáceo adminículo del inodoro puede inducir recordé de pronto una sección del Reader's Digest (ignoro si aún existe tal sección) que se titulaba "citas citables" y que me llevó a pensar en la posibilidad de rubricar mi transformación de garabato de tinta y papel en pulsos eléctricos, con la creación de una colección de palabras ajenas recopiladas aquí y allá.

Con el tiempo he llegado a descubrir que, a veces, mis pensamientos y sentimientos sólo pueden materializarse con las letras intemporales de otras personas. Luego de superar la sensación de desasosiego, ultraje, envidia, decepción, inutilidad, mediocridad y estupidez (todas al unísono o en perfecta escala) que me produce semejante hallazgo, he aprendido a sacar provecho de la propia flaqueza a través del juego.

La sección que hoy me complazco en ofrecer a la voracidad de las turbas iracundas que pululan en la red y al sadismo de los verdugos encapuchados de anonimato que se alzan en su nombre, se basa en una serie de "diversiones" elaboradas a partir de citas que me golpearon impiadosamente cuando mis piernas estaban flexionadas.

Dejo para otra ocasión la recurrencia a la ortodoxia del plagio, que The Reader's Digest sabrá disculpar. Habrá "citas citables" en un futuro no muy lejano pero por hoy deberemos contentarnos con unas "citas re-flexionadas" extraídas de un block de hojas perfectamente blancas.
Espero que el escatológico origen de muchos de los posts de esta sección no obnubile a quienes osen abordarlos, la "iluminación" se empeña en ocultar celosamente sus raíces profanas o divinas.

"Éramos demasiado distintos y demasiado parecidos. No podíamos engañarnos, lo cual hace difícil el diálogo. Cada uno era el remedo caricaturesco del otro." Jorge Luis Borges. El libro de arena. El otro.

Se preguntarán, si es que no lo han hecho ya, qué parte de mi locura habrá arrebatado el control de mis facultades para que me interese en semejante cita. Sin embargo, la parte referida al diálogo captó completamente mi atención. ¿Sólo puede darse cuando nos mentimos? ¿El diálogo es sólo un maraña de mentiras cuidadosamente tejida y destejida?

Si esto es efectivamente así, pareciera ser que la verdad sólo surge en el silencio, o mejor aún, que el silencio es la expresión de la verdad entre dos o más. Alguna vez oí al pasar que lo más difícil de lograr con otra persona es estar en silencio y sentirse totalmente cómodo. Creo que aquí es donde el lenguaje del cuerpo permite trascender la volubilidad de la palabra.

¿Cuál es el punto en que las palabras obstan? ¿Cómo descubrimos el momento en que el ejercicio continuo de nuestros engaños nos ha transformado en el remedo caricaturesco del otro? ¿Cuándo y cómo nos damos cuenta de que somos distintos y parecidos a la vez? Muchas preguntas cuyas respuestas corren el riesgo de ser sólo engaños para otros y para nosotros mismos.