martes, 22 de mayo de 2007

El temor al estancamiento

Hay momentos en los que un hecho insignificante impulsa a la mente a una desbocada carrera, a un acto desaforado de construcción que apila uno sobre otro borbotones de pensamientos.
Los finales de estos "éxtasis" de asociación libre han resultado ocasionalmente interesantes y en honor a ello les dedico una sección que espero que crezca al ritmo vertiginoso al que se reproducen las ideas.
Extrañamente, a pesar de ser desbocados, estos pensamientos no son nunca deslenguados. Ignoro si son o no altamente nocivos para terceros, o si podrán ser usados en mi contra. Me es indiferente de todos modos; el sabor de la experiencia supera largamente la posible amargura de las consecuencias.

No sé si el río que veo escurrirse hacia el mar es siempre el mismo o si sus aguas son la ilusión de un objeto de presente inasible compuesto de puro pasado y total futuro.
Siento invencible el temor al estancamiento en la forma vacía de la nada entre el lento movimiento de la espuma que baila la dispersión perezosa de las ondas de la superficie.
Tiemblo ante la idea de convertirme en esclavo del presente y en adorador del futuro, sojuzgado por el anhelo y subyugado por el deseo del mañana.
Camino sin rumbo rumiando la pregunta:¿Habrán las elecciones del pasado atado los nudos de la red que será mi prisión? ¿Habré ya forjado los eslabones de las cadenas que me retendrán?

lunes, 14 de mayo de 2007

Las salas de espera

En una época en la que el tiempo es febrilmente atesorado (¡¡¡cómo si realmente esto fuera posible!!!) nos enfrentamos continuamente al desafío de la espera.
En ordenada cola, en caótica manifestación o en azarosa disposición el tiempo que se pasa aguardando el acaecimiento de un hecho puede generar una infinita multiplicidad de reacciones.
Úrsula K . Le Guin pensó en la posibilidad de viajar a universos paralelos en su libro Changing Planes siguiendo un método riguroso creado por un viajero atrapado en un aeropuerto. Mi innata limitación me impide ser capaz de crear algo tan pintoresco, sin embargo, ello no me impide darme cuenta de que los tiempos de espera y los lugares donde tan repugnante ¿actividad? se lleva a cabo son la conjunción perfecta que rompe las leyes de física y nos zambulle en un insondable universo: la sala de espera.
Este pozo de desesperación (quien espera desespera dice el dicho) está plagado, poblado, sobrepasado, regulado, sometido por un conjunto muy especial de sádicas invenciones pergeñadas por mentes perversas que unidas en silenciosa conspiración se regodean en el tormento ajeno.
Aunque hago el esfuerzo, me cuesta entender que alguien pueda establecer una barrera o separación tan fuerte entre el sentimiento de compasión y la tarea genocida de disfrazar objetos de tortura hábilmente en el ropaje de "elementos de utilidad diaria para cualquier sala de espera que se precie de tal".
Torquemada no trataba de ocultar la dolorosa utilidad de sus máquinas de tormento, sin embargo, el aberrante placer con el que los nuevos inquisidores se entregan a su trabajo los empuja hasta los límites de la repulsión haciendo que toda su inmunda parafernalia luzca inocente, inocua, inerte y, esto sí es imperdonable, ¡útil!.
Indiferentes columnas de metal que extienden sus brazos de cintas como los tentáculos malditos del más oscuro de los habitantes del averno se enlazan impiadosas las unas a las otras para crear laberintos siempre cambiantes que nos hacen ir de izquierda a derecha una y otra vez haciéndonos sentir como ratas de laboratorio, dajándonos la sensación de que nunca llegaremos a la meta.
Televisores ortopédicos, sujetos a una inefable jaula de hierro repitiendo hasta el desmayo la transmisión del canal más indeseable del espectro o de los renglones insolentes de una pantalla de informaciones se suman al estrépito rojo de un desagradable cuadradito que chilla y muestra números gritando mudas órdenes de marcha.
Pero tema, y castigo penal, aparte merecen los asientos, plásticos insolentes que sólo pueden albergar cómodamente al rey de los tullidos y que indefectiblemente enfrentan una ominosa pared llena de estridentes carteles cuya temática está en función directa del lugar al cual la sala de espera pertenece.
En este punto debo destacar, que el título de las peores cartelerías se lo disputan las paredes de los hospitales en cuyas verticales uno puede aprender "las-cinco-cosas-básicas" sobre cualquier enfermedad, dolencia, obra de caridad, horario de atención, medida de prevención y demás hierbas, y los muros de las mesas de entradas de cualquier oficina pública municipal.
Las salas de espera merecen una Convención Internacional propia que declare delito de lesa humanidad su construcción, decoración y uso.
Ciudadanos del mundo hago un llamado al animal reprimido que late en nuestros pechos cada vez que observamos cómo nuestros pies se dirigen mansos al salón de los suplicios. ¡Liberación! ¡No a las salas de espera!....
"Señor, señor,... es su turno"... Y así se desvanece, pero en realidad el mal sólo se agazapa esperando devorarnos la próxima vez cuando esperemos incautos con el numerito en la mano.

sábado, 5 de mayo de 2007

¿La superioridad del personaje?

"(...) ¿Puede un autor crear personajes superiores a él? Yo respondería que no y esa negación abarcaría lo intelectual y lo moral. Pienso que de nosotros no saldrán criaturas más lúcidas o más nobles que nuestros mejores momentos. (...)" (Jorge Luis Borges, Nota sobre (hacia) Bernard Shaw, Otras Disquisiciones.)


Sea o no la publicación un acto de exhibicionismo (discusión para la cual sugiero visitar el blog Mundo Trivial) asumo que en la vida de la blogósfera y, por ende, del mundo de las publicaciones, el personaje es el sujeto por excelencia.
La construcción ¿del ser? que se esconde detrás del nombre que no denota estrictamente a su autor, por caso "La lengua de Midas", entraña, en su relativo anonimato, el mismo placer inconsciente que trasunta el disfraz: Ser uno mismo y ser otro simultáneamente. Otro que sea la potencia de un rasgo oscuro o la exageración ad absurdum de los que creemos los mejores. (1)
El universo virtual, y en especial la constelación blog, es un ambiente altamente propicio para que pululen las máscaras. Por ello, la pregunta de la cita es particularmente inquietante.
Considero que la expresada imposibilidad de superioridad intelectual de personaje es un argumento atendible ya que pretender lo contrario sería, en última instancia, solicitarle al autor que se transformara en un otro totalmente diferente. Y aun sí, un personaje creado a partir de un otro totalmente diferente al autor, es imposible de separar, intelectualmente hablando, de la lucidez del otro que sirve de base; podrá ser superior al autor pero nunca más lúcido que su materia prima.
La cuestión moral, en cambio, la reputo, tal como la expresa Borges, equivocada y hasta deleznable.
Asumir que un autor no puede crear algo moralmente superior a si mismo, más allá de escabroso, es igual a creer que el hombre no es perfectible.
Por otro lado, resulta al menos paradójico que en esta misma lógica, el hombre pueda crear personajes con una moral infinitamente inferior sin que pueda realizar el acto exactamente contrario.
Afirmar que pueden pensarse personajes que no tienen una limitación para el mal pero sí una barrera para el bien significa que el hombre tiene una propensión al mal y un tope para el bien, o bien que el bien no es la perfecta contracara del mal. Bien y mal son conceptos antagónicos, especulares, y la infinitud de uno implica la del otro. Sostener otra cosa me parece francamente descabellado.
Además, la literatura se ha encargado de demostrar que es posible que sucedan esta clase de cosas: De la misma pluma pueden salir Bola de Sebo y sus compañeros de viaje, Holmes y Moriarty, Beatrice y los moradores de todos los círculos del infierno.
Es posible crear personajes moralmente superiores por la simple razón de que es posible concebir la superioridad moral y anhelar alcanzarla. O lo que es lo mismo, tender a la perfección.
Si se decide o no hacerlo y si la opción, traducida en personaje, es moralmente superior al autor, es otro tema.

(1) Aclaración: Si bien puede haber una lejanísima reminiscencia, al primero que se le ocurra decir que este párrafo guarda alguna similitud con cierto diálogo de Drew Barrymore en "Por siempre Cenicienta", le rompo la crisma.