lunes, 23 de abril de 2007

Preguntas retóricas

El hecho simple y llano de la no compañía, singular fenómeno que suelo experimentar durante la comida -no diré cuál de ellas- y que implica la inexistencia de la obligación de dialogar, me sume en una conversación perentoria conmigo mismo.

Tal como lo dije en un post anterior, la charla es un ejercicio sumamente difícil entre dos personas que se conocen demasiado (suena en mis oídos el remanido "somos pocos y nos conocemos mucho") por lo que el intercambio con uno mismo -curiosa expresión ésta que, créanme, no obedece a ningún rasgo o brote esquizofrénico- es casi imposible.

Sin embargo, he hallado la forma de enlazar las frases de modo que la sucesión de las mismas se desarrolle de manera casi automática y milagrosamente natural.

No voy a desconocer que el método puede tener, en los hechos, desagradables efectos secundarios y, posiblemente, consecuencias sociales aun mucho menos amenas.

La práctica introspectiva como forma de concentración y agudización de la percepción de los detalles del mundo exterior, invariablemente, me brinda una cara de idiota abstraído, -fascinante, tal vez, para un Dostoievsky- que despierta la compasión de la gente o acentúa su indiferencia, pero que en absolutamente todos los casos -la experiencia así lo ha probado- es el imán más irresistiblemente atractivo sobre la faz de la tierra para cualquier ser que se debata en el límite de la cordura, la sobriedad o la perversión.

Es cierto que para quienes apreciamos el lado excéntrico de la vida, este material es oro puro para la construcción de un frondoso anecdotario (o un blog consagrado a la trivialidad de lo banal). A pesar de ello, muchas veces, con independencia de los efectos corporales externos y sobre terceros, las preguntas que surgen de tan centrípeto y centrífugo estado suelen abrir las compuertas de una corriente incontenible.

¿Cuál es el tema de conversación más común?
¿Por qué la gente que come sola prefiere las mesas contra las paredes, columnas, rincones, ventanas?
¿Por qué las mujeres se someten a las manos de peluqueros asesinos y sádicos?
¿A quién se le ocurrió pensar que el taco chupete es lindo?
¿Qué siente un enano cuando no llega al mingitorio?
¿Por qué el puré mixto es siempre de papas y calabaza y nunca de batatas?
¿Podrá establecerse una clasificación de las personas en base a su manera de comer helado? Etc, etc, etc.

Las respuestas y las conclusiones corren el riesgo de no llegar nunca aunque, en general, es sabido que la intención no es encontrarlas.

Sólo diré que la práctica habitual de estos ejercicios, además de acelerar los procesos de abstracción, no garantiza la alegría o la tristeza a pesar de que al retornar a la realidad uno pueda encontrarse riendo o llorando.


viernes, 20 de abril de 2007

Observaciones triviales: La deformación de los cuentos

En un rapto de inspiración generado por la carga eléctrica del aire tormentoso, se me ocurrió crear una sección menos rígida y formal que las anteriores. Como soy consciente de que mi estilo es denso, cuando no insoportable, creí necesario dejar abierto un espacio para la distensión donde pueda volcar aquellas apreciaciones sobre temas triviales variados que, al contrario de lo que podría llegar popularmente a creerse, no sólo surgen del exceso de alcohol u otras sustancias en el cuerpo humano.
En "Observaciones triviales" hoy me referiré a la cuestión de los cuentos. Para evitar posteriores demandas por
copyright hago un expreso reconocimiento de la fuente en la cual he abrevado: un chiste enviado por mail cuyo autor se identificará de inmediato al leer lo que sigue a continuación.
¡Qué tema el de los cuentos! Cuando te los leen no siempre son amenos y se puede caer en el error de elegir el incorrecto o deformarlo de tal manera que pierda la gracia. Cuando te los hacen mejor ni referirse a las consecuencias.
En realidad, la patraña más vil de los cuentos no reside en los personajes, sus fantásticas características, sus extrañas historias de sufrimiento, búsqueda y encuentro, ni siquiera en la simplificación aberrante que hacen de la vida y sus dificultades, sino en el horroroso final "y fueron felices y comieron perdices".
Porque después de que uno pasó por todos los estados de ánimo siguiendo las aventuras de los personajes, temiendo que Cenicienta tuviera los pies hinchados y el zapato no le entrara una mierda y perdiera al príncipe porque su hermanastra justo se había operado los juanetes y encima le había afanado de su habitación el otro zapato; pensando en cuán arriesgada fue Blancanieves al entrar y convivir con siete enanos oligofrénicos, que lo único que hacían era explotar una mina pero no comercializar sus productos y que eran lo suficientemente morbosos como para permitirse tener a una muerta en una cajita de cristal a la espera de cuanto necrófilo suelto hubiera dispuesto a besarla; creyendo con Pinocho que escapar del vientre de la ballena era una hazaña posible y recompensada en carne; llorando junto a la bella durmiente que nunca se llenaba de polvo ni cambiaba de posición y jamás tenías escaras a pesar de ello; etc, los muy turros de los autores te dejan sediento de información sobre los hechos posteriores al feliz acontecimiento de cada historia y solucionan todo muy alegremente con comida (CHAN!!! después se preguntan por la angustia oral) y aves que para lo único que sirven es para un escabeche.
Ahora bien, asumiendo que todos hemos compartido un patrón educativo-cultural común y que por lo tanto hemos estado sometidos a todos esos estereotipos que más que a la felicidad conducen al diván del analista, ¿cuál de todos ellos seríamos y por qué?

Nota: Me corté las venas y me he dado cuenta de que los cuentos no tienen el menor respeto por la biología: ¡¡¡Mi sangre no es azul!!!
Nota 2: La perdiz no hace a la felicidad. Además son caras, están en extinción y se necesitan muchas para hacer una comida mínimamente abundante.
Nota 3: Yo le ponía todas las fichas a "Piel de Asno". Deliraba con su historia relatada en un disco que no sé dónde quedó.

Aclaración: Otro día otro comentario sobre otros personajes no tratados en este post: las brujas, hechiceras, madrastras, hermanastras y toda la serie de perversas y maledicentes mujeres que pueblan la literatura infantil, quienes muy al contrario de sus pares no se alejan mucho de la realidad. ¿¿¿Por qué será que las buenas difieren y las malas no????


sábado, 14 de abril de 2007

Universos insondables: El baño de mujeres

Seamos o no fervientes creyentes en la existencia de un número finito o infinito de universos paralelos o simultáneos, quienes por freudianas causas aún vemos con reparos la despreocupación con la que algunos habitantes de otras latitudes comparten impunemente sus baños, no podemos sino rendirnos ante la apabullante evidencia del misterio.
El arcano nos rodea y aun cuando no nos confronte con dudas existenciales, nos -me- tortura despertando la corrosión de la curiosidad.
El atractivo del secreto, supongo, reside en la incontable cantidad de posibilidades y combinaciones que nuestra ignorante imaginación crea. En cierto modo, este juego inacabable de potenciales es una evasión de la realidad en tanto puede ser lo que nuestra voluntad arbitraria determine que sea con independencia de la inclemencia de los hechos.
Esta sección: "universos insondables", la ofrezco en honor a las preguntas, nunca bobas al principio siempre estúpidas después, que se generan en los tiempos muertos, las esperas y el aburrimiento de cualquiera en cualquier lugar.
Me encontraba un domingo paseando en buena compañía, feliz hasta la idiotez por haber gozado del placer de un almuerzo en el que el único sentido excluido había sido el del tiempo, cuando debí responder a la necesidad de atender las consecuencias de una ingesta opípara.
Con paso presuroso dirigí mi camino al baño mientras murmuraba las disculpas de rigor. Ella sonrió y casi cantando las sílabas dijo: "Yo también aprovecho".
Sin entrar a considerar la inexplicable actitud femenina de acudir al baño como al banco a hacer un depósito y las desquiciadas preguntas que se me ocurren en relación a la real capacidad de la vejiga y la marcada propensión del género a ir "por las dudas" como quien aparta algo para utilizarlo posteriormente, confieso que este momento que ahora describo como el inicio de una cadena de dislates, no tuvo, de acuerdo con la reconstrucción de mi recuerdo, especial trascendencia.
Sin embargo, como el "ábrete sésamo" de la cueva de los cuarenta ladrones, estas palabras -"yo también aprovecho"- abrieron la puerta de entrada a un reino desconocido para aquellos que hemos perdido hace largo tiempo el pase de la inocencia que la infancia más tierna, tal vez, nos garantizara y que la memoria (o el Alzheimer) se ha encargado de sumergir en el olvido.
Todos los lugares guardan historias, los baños, quizá especialmente, puesto que en ellos cobra sentido la categoría de "humano".
Ahora bien, eso parece desvirtuarse en el arca del baño de mujeres. El tiempo, el espacio y hasta el sentido común cobran un nuevo significado. Lo que normalmente tiene tiempos y códigos propios afuera, adentro sufre una mutación surrealista.
Filas de pacientes usuarias, instantes estirados, muertos u olvidados, complicidades efímeras, tristezas, alegrías, guerras y amores, decisiones y explosiones.... ¡¿Qué sucede, por Dios, cuándo la puerta se cierra a espaldas de quien atraviesa el portal?! ¿Acaso la anodina figurita que habita la puerta es el signo secreto de una fórmula mágica?
No puedo deshacerme de la sensación de que me pierdo algo mientras mi afiebrada mente delira, fabula, confabula, arma cruzadas y lanza llamados a la unión de los hombres del mundo: ¡Hombres del mundo, algo se oculta y acecha detrás! ¡Irrumpamos, sorprendamos, indaguemos! ¡También tenemos derecho!
Entonces, ella sale renovada de perfume y todo se disuelve, ese universo se desdibuja mientras la hoja de la puerta se bate sobre el marco y noto en el rostro sin facciones del bosquejo rígido de la mujercita una sonrisa ruin, maliciosa y tentadoramente ambigua que sella el ingreso.

miércoles, 11 de abril de 2007

Citas re-flexionadas: Vicisitudes dialógicas

La importancia de las conclusiones de ciertas reflexiones que tienen el ropaje místico de la revelación, guarda muy poca relación con el lugar donde suelen producirse. La "iluminación" tiene la manía de desconocer las reglas básicas del boato, la pompa y la magnilocuencia.

Al Buddha bajo una higuera por causa del azar, a Newton por causa del golpe de una manzana y a otros por causa de hechos infinitamente menos glamorosos, la mente se les ha abierto para permitirles otear el remolino violento donde yace oculta la inescrutable verdad.

Sumido en el estado de profunda meditación que sólo el porcelanáceo adminículo del inodoro puede inducir recordé de pronto una sección del Reader's Digest (ignoro si aún existe tal sección) que se titulaba "citas citables" y que me llevó a pensar en la posibilidad de rubricar mi transformación de garabato de tinta y papel en pulsos eléctricos, con la creación de una colección de palabras ajenas recopiladas aquí y allá.

Con el tiempo he llegado a descubrir que, a veces, mis pensamientos y sentimientos sólo pueden materializarse con las letras intemporales de otras personas. Luego de superar la sensación de desasosiego, ultraje, envidia, decepción, inutilidad, mediocridad y estupidez (todas al unísono o en perfecta escala) que me produce semejante hallazgo, he aprendido a sacar provecho de la propia flaqueza a través del juego.

La sección que hoy me complazco en ofrecer a la voracidad de las turbas iracundas que pululan en la red y al sadismo de los verdugos encapuchados de anonimato que se alzan en su nombre, se basa en una serie de "diversiones" elaboradas a partir de citas que me golpearon impiadosamente cuando mis piernas estaban flexionadas.

Dejo para otra ocasión la recurrencia a la ortodoxia del plagio, que The Reader's Digest sabrá disculpar. Habrá "citas citables" en un futuro no muy lejano pero por hoy deberemos contentarnos con unas "citas re-flexionadas" extraídas de un block de hojas perfectamente blancas.
Espero que el escatológico origen de muchos de los posts de esta sección no obnubile a quienes osen abordarlos, la "iluminación" se empeña en ocultar celosamente sus raíces profanas o divinas.

"Éramos demasiado distintos y demasiado parecidos. No podíamos engañarnos, lo cual hace difícil el diálogo. Cada uno era el remedo caricaturesco del otro." Jorge Luis Borges. El libro de arena. El otro.

Se preguntarán, si es que no lo han hecho ya, qué parte de mi locura habrá arrebatado el control de mis facultades para que me interese en semejante cita. Sin embargo, la parte referida al diálogo captó completamente mi atención. ¿Sólo puede darse cuando nos mentimos? ¿El diálogo es sólo un maraña de mentiras cuidadosamente tejida y destejida?

Si esto es efectivamente así, pareciera ser que la verdad sólo surge en el silencio, o mejor aún, que el silencio es la expresión de la verdad entre dos o más. Alguna vez oí al pasar que lo más difícil de lograr con otra persona es estar en silencio y sentirse totalmente cómodo. Creo que aquí es donde el lenguaje del cuerpo permite trascender la volubilidad de la palabra.

¿Cuál es el punto en que las palabras obstan? ¿Cómo descubrimos el momento en que el ejercicio continuo de nuestros engaños nos ha transformado en el remedo caricaturesco del otro? ¿Cuándo y cómo nos damos cuenta de que somos distintos y parecidos a la vez? Muchas preguntas cuyas respuestas corren el riesgo de ser sólo engaños para otros y para nosotros mismos.