El hecho simple y llano de la no compañía, singular fenómeno que suelo experimentar durante la comida -no diré cuál de ellas- y que implica la inexistencia de la obligación de dialogar, me sume en una conversación perentoria conmigo mismo.
Tal como lo dije en un post anterior, la charla es un ejercicio sumamente difícil entre dos personas que se conocen demasiado (suena en mis oídos el remanido "somos pocos y nos conocemos mucho") por lo que el intercambio con uno mismo -curiosa expresión ésta que, créanme, no obedece a ningún rasgo o brote esquizofrénico- es casi imposible.
Sin embargo, he hallado la forma de enlazar las frases de modo que la sucesión de las mismas se desarrolle de manera casi automática y milagrosamente natural.
No voy a desconocer que el método puede tener, en los hechos, desagradables efectos secundarios y, posiblemente, consecuencias sociales aun mucho menos amenas.
La práctica introspectiva como forma de concentración y agudización de la percepción de los detalles del mundo exterior, invariablemente, me brinda una cara de idiota abstraído, -fascinante, tal vez, para un Dostoievsky- que despierta la compasión de la gente o acentúa su indiferencia, pero que en absolutamente todos los casos -la experiencia así lo ha probado- es el imán más irresistiblemente atractivo sobre la faz de la tierra para cualquier ser que se debata en el límite de la cordura, la sobriedad o la perversión.
Es cierto que para quienes apreciamos el lado excéntrico de la vida, este material es oro puro para la construcción de un frondoso anecdotario (o un blog consagrado a la trivialidad de lo banal). A pesar de ello, muchas veces, con independencia de los efectos corporales externos y sobre terceros, las preguntas que surgen de tan centrípeto y centrífugo estado suelen abrir las compuertas de una corriente incontenible.
¿Cuál es el tema de conversación más común?
¿Por qué la gente que come sola prefiere las mesas contra las paredes, columnas, rincones, ventanas?
¿Por qué las mujeres se someten a las manos de peluqueros asesinos y sádicos?
¿A quién se le ocurrió pensar que el taco chupete es lindo?
¿Qué siente un enano cuando no llega al mingitorio?
¿Por qué el puré mixto es siempre de papas y calabaza y nunca de batatas?
¿Podrá establecerse una clasificación de las personas en base a su manera de comer helado? Etc, etc, etc.
Las respuestas y las conclusiones corren el riesgo de no llegar nunca aunque, en general, es sabido que la intención no es encontrarlas.
Sólo diré que la práctica habitual de estos ejercicios, además de acelerar los procesos de abstracción, no garantiza la alegría o la tristeza a pesar de que al retornar a la realidad uno pueda encontrarse riendo o llorando.